Nos pasamos los años clasificándolos por género, tamaño, color y forma. Los más difíciles de encontrar eran siempre los más apreciados, pero su valor era voluble. Las mareas traían durante largas temporadas muchos esqueletos de erizo y muy pocas orejas de mar y de repente la orilla se invadía de brillos tornasolados y las orejas ya no parecían tan bellas, a no ser que fueran minúsculas, más pequeñas que la yema de un meñique, o gigantescas en comparación con la mayoría; era tal nuestro entusiasmo en ambos casos que incluso les permitíamos algunos defectos como falta de brillo, deformaciones o leves roturas.
La fragilidad de los esqueletos de erizo y calamar era un valor añadido. Si encontrábamos uno en perfecto estado, lo cogíamos con delicadeza y admirábamos su perfección antes de mostrarlo a los demás o guardarlo en nuestra bolsa, sabiendo que en cualquier momento podía quebrarse en mil pedazos. También podía quebrarse el nácar si lo machacábamos con fuerza en un mortero. Entonces obteníamos un polvo brillante, como sombra de ojos, al que llamábamos polvo de hadas, pero no era más que carbonato cálcico. CaCO3, todos los géneros se podían reducir a eso.
STILL LIFE
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