Es verano. Es demasiado verano.Son las tres de la tarde y Luciano no tiene aire acondicionado. El ventiladorque tiene apenas da abasto contra la temperatura, por eso decide asomarse porla ventana, con la esperanza de que la brisa que corre de a ratos sea mássimpática que el viento que repite el ventilador. Son las tres de la tarde ylas únicas que andan afuera son las chicharras que cantan a voz en cuello juntoa la canción que se puso de moda este verano y que dentro de unos meses nadierecordará. Las gotas de transpiración corren por la cara de Luciano y saltanhacia las achicharradas plantas que hay bajo la ventana. El sudor se haceespeso por su espalda, parece como un río de saliva o de almíbar.

Como si con el calor no fuerasuficiente, Luciano tiene que lavar toneladas de ropa sucia que se fueronacumulando durante la semana. Pensar en remeras, pantalones y medias en mediodel verano es sofocante. Si multiplicamos esa sensación por las decenas deprendas que hay que pasar por el lavarropas, nos encontramos ante un momentodesesperante. Luciano piensa en renunciar pero su armario, casi vacío de ropalimpia, es un llamado de atención.

Después  de una hora, de diferentes cargas de jabónpara la ropa, suavizante y quitamanchas. La primera tanda de ropa limpia estálista para recibir el sol. Mientras Luciano camina hacia el patio, con elcanasto lleno de ropa húmeda, el lavarropas lo despide con el ronroneo acuosodel lavado de más prendas. Otra gota de transpiración se abre paso por suespalda, espesa. De pronto Luciano siente que no está solo. Unos pies heladoscaminan hacia él, puede oírlos pero no alcanza a ver a nadie. Entonces alza lavista.

Sí, es el verano. No este verano,eso es seguro, porque el andar de este duende, de esta estación convertida enpersona, es más fresco que el aire del freezer de la heladera. Las chicharras ylos colibríes mueven sus alas a la misma velocidad alrededor del verano, comointentando acercarse a la frescura que se escapa de su cuerpo, que es tanliviano y tan etéreo que ni siquiera necesita usar ropa, el frío lo vistemientras camina por el tendedero.

Y de pronto Luciano ve a losotros veranos que son frescos como el primero y también reconoce al veranoactual, porque es de otro color, porque es caluroso y tiene los mismos coloresque los rayos de sol que inundan los cielos. Todos parecen tan despreocupadoscaminando por la soga de la ropa que él quisiera sentirse, al menos por unmomento, parte de esos veranos frescos. De pronto el verano anaranjado parecellamarlo, enredándolo con sus palabras llenas de esperanzas contra el calorabrasador.

Entonces él se une a los veranos,puede sentir cómo su cuerpo se vuelve liviano, cómo flota y se une a los demásduendes sin preocupaciones. Ya no tiene que pensar en el calor o en los ruidosde los aires acondicionados de los edificios vecinos, en las turbinas de losaviones que pasan cerca de su casa todos los días a la misma hora. No. Ahorasólo piensa en flotar, en la liviandad sin problemas ni calor, sin ropa paralavar ni plantas que regar cuando el sol comience a ocultarse.

La sucesión de nubes parece undesfile y las pequeñas gotas de agua que el sol ha evaporado bailan alrededorde Luciano. Todo se vuelve cada vez más claro, como si la luz fuera más fuerte,como si el sol se estuviera acercando.

Esperen. El sol no se estáacercando. Es Luciano el que se está acercando al sol. Los veranos bailanalrededor de los rayos de la estrella que ilumina nuestro planeta como si nadales importara pero Luciano cada vez transpira más, el calor se vuelveinsoportable. ¿Cómo pudo terminar en este lugar sin siquiera darse cuenta adónde se dirigía? Sólo piensa en que en este momento cualquier ropa que tengaencima está de más. Quisiera arrancarse todo para al menos escapar, un poco, delcalor. Entonces algo extraño sucede.