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Reseña: Diario del año de la peste. Daniel Defoe.

Reseña:
 Diario del año de la peste, Daniel Defoe



Daniel Defoe (1660-1731) fue un escritor y periodista inglés históricamente conocido por su novela Robinson Crusoe. Considerado el padre de la novela inglesa, su obra literaria se configuró como la fundadora de un género que más adelante cobraría protagonismo en todo el reino.

Al estudiar su literatura podemos rastrear gran parte de su talento en la obra Diario del año de la peste, publicada en 1722, la cual se trata de un relato que da cuenta de los acontecimientos ocurridos entre 1665 y 1666 en Londres a propósito de la peste bubónica. La obra está construida a partir de reflexiones que la estructuran a modo de diario de un hombre que vivió los días más intensos de esta enfermedad.

Sin embargo, lo cierto es que para el momento de la epidemia, Defoe solo tenía cinco años, por lo que es preciso resaltar que los acontecimientos se enmarcan dentro de la ficción. No obstante, también hay quienes afirman que se trata más bien de la edición de los cuadernos de su tío, Henry Foe, quien vivió estos hechos siendo adulto y llevó un registro de los mismos a partir de distintas anotaciones.

Más allá de la historia editorial de esta obra, salta a la vista su valor literario, dado por los recursos que utiliza el autor para teñir a la obra de verosimilitud al mismo tiempo que la dota de acontecimientos que logran llamar la atención del lector gracias a una narración que parece tener la estructura de un punto de partida, un conflicto y un desenlace.

Al mismo tiempo, si nos referimos al valor de esta obra, cabe mencionar la capacidad descriptiva del autor, valor que le sirvió sin duda para ser considerado como el padre de la novela inglesa, pues el relato está atravesado por pasajes que enmarcan al lector dentro de una ciudad, dentro de una sociedad y en medio de una enfermedad cruel y desesperanzadora.

Así, encontramos una Inglaterra lúgubre, deprimente y sucia, en la que aún no se contaba con un sistema de acueducto ni de tratamiento de basuras, por lo que el hedor afectaba a toda la sociedad por igual, sin distinguir clases sociales, pues montañas de desperdicios y desechos se apiñaban junto a las casas mientras las personas debían caminar con un ramillete de flores en sus narices para disipar el mal olor.

 Por otra parte, todas las personas de Inglaterra luchaban contra el sentimiento de miedo y desesperanza que traía consigo la enfermedad, una sensación que nacía de saberse abandonados por Dios y además castigados por la vida de libertinaje que muchos creían haber elegido equivocadamente. 

Por último, los detalles con los que es descrita la enfermedad y sus síntomas, resultan completamente crudos, sin que esto sea una desventaja de la obra, sino al contrario, un acierto, pues sus tintes realistas dejan sentir a quien lee parte del horror que se vivía en aquellos días, cuando se combatía con una enfermedad que acababa con las personas incluso en cuestión de horas y no se sabía con exactitud cuáles eran sus vías de contagio.

Vale la pena situarse históricamente respecto a esta enfermedad para entender sus magnitudes y los imaginarios que la sociedad de entonces tenía de la misma. La peste bubónica apareció por primera vez en Asia Central en el año 1300, aunque para entonces se le llamó La peste negra, esta llegó a Europa y se esparció rápidamente por todo el continente gracias a la actividad de los comerciantes, quienes llegaban por el mar Negro a Sicilia y de desde ahí a distintas ciudades europeas. Luego de esta primera aparición hubo distintos rebrotes de la epidemia hasta mediados del siglo XVIII. Así, este relato se concentra en el momento en que la epidemia azotó a Inglaterra dejando un saldo de aproximadamente 100 mil muertos en un periodo de 18 meses.

La infección se daba a través de la picadura de pulgas de roedores que transportaban la bacteria Yersina Pestis, y causaba fiebre, vómito y enormes inflamaciones en los nódulos linfáticos de cuello, axila e ingles. En ese momento no se sabía con exactitud cómo se contagiaba la enfermedad entre las personas, por lo que estas trataban de proteger todo su cuerpo, por el miedo de que el mal entrara en ellos por alguno de sus poros. Mucho más adelante se supo que el virus se contrae por la inhalación de gotículas respiratorias infectadas. Como ya mencioné anteriormente, en ese momento, en el continente se contaba con pésimas condiciones de higiene y además hacinamiento, por lo que el virus pudo esparcirse rápidamente.

Dentro del imaginario de las personas, esta enfermedad era vista como parte de un plan divino con el que se castigaba a los pueblos por llevar una vida alejada de la iglesia, pues eran tiempos de cambio en los que las prácticas de comercio y la vida en sociedad se prestaban para llevar una vida con posibilidades que se alejaban de lo establecido por la religión. Además existía una enorme incertidumbre acerca de cómo tratar la enfermedad o cómo evitarla, por lo tanto, parecía algo que la voluntad humana no podía controlar.

Es necesario mencionar que Daniel Defoe era un hombre cristiano, por lo que gran parte de su obra está constituida desde una moral religiosa, que sin duda configuraba el pensamiento de la gran mayoría de personas de entonces, más aún en ese momento de miedo e incertidumbre general. De esta manera, esta calamidad generó en la sociedad la necesidad de acercarse una vez más a Dios no solamente por la angustia de morir, sino también por saber que en cualquier momento podrían encontrarse con una vida eterna de sufrimientos por no haber sido en vida mejores cristianos.

Muchas conciencias fueron estimuladas; muchos corazones duros se deshicieron en lágrimas; se hizo mucha penitente confesión de crímenes largamente escondidos. Hubiera lastimado el alma de cualquier cristiano haber oído los quejidos mortales de tanta criatura desesperada, sin que nadie se atreviera a acercarse para consolarlas. Más de un robo, más de un asesinato fueron confesados entonces a viva voz, y nadie sobrevivió para recordar esos relatos. (Defoe, 1722, p. 16).

Desde las lógicas cristianas en las que el autor se inscribe, se plantea una serie de críticas a ciertos personajes que supieron tomar provecho de la difícil situación, afectando así a los más débiles e ignorantes, que no tenían los modos de formarse un mejor carácter. Así, empezaron a llenarse la calles y muros de panfletos que promocionaban a médicos, videntes, pitonisas, lectores de cartas, astros y horóscopos y toda clase de estafadores de ese mismo estilo que aseguraban tener la cura para la enfermedad o los modos de evitarla. Por supuesto, los sectores populares acudieron a ellos, pues eran los únicos que podían brindarles alguna esperanza, entonces, engañados entregaban todo su dinero para más tarde darse cuenta de que no eran inmunes como se les había prometido, por lo que la muerte pronto los alcanzó.

Al leer este relato no se puede dejar de plantear una serie de paralelos con la situación que estamos viviendo actualmente con el Covid19, parece que ciertas situaciones no dejan de repetirse, que la sociedad sigue organizada bajo las mismas estructuras de poder de hace 4 siglos y que como seres humanos conscientes de la vida y la muerte aún conservamos los mismos miedos, los que combatimos de igual forma que aquellos londinenses.

El relato comienza con un rumor, con la noticia, imposible de comprobar, de que había dos muertos por la peste en Drury Lane, en el extremo norte de Londres y alejado de la ciudad. Entonces el hecho se convertía en la noticia más importante por varios días hasta que era olvidado y las personas seguían con sus vidas, mientras los contagios iban creciendo lentamente, pero esto no era realmente alarmante, pues ocurría en regiones alejadas del centro y en bajas cantidades. 

Este pensamiento acompañó a las personas hasta que empezaron a sentir a la enfermedad aproximarse, cuando los muertos ya no eran una cifra más sino el amigo de alguien, el vecino, un conocido o un familiar. 

Solo entonces la enfermedad era entendida como real y se veía el contagio como una muy probable posibilidad. 

‘’Era mala época para estar enfermo, porque si alguien se quejaba, decían que estaba apestado. Yo, aunque no presentaba síntomas de esa enfermedad, me sentía bastante mal de la cabeza y el estómago, y no dejaba de sentir alguna aprehensión’’ (Defoe, 1722, p. 8).

 Con lo anterior no puedo evitar pensar en la manera en la que fue llegando a nosotros lentamente el virus. Cuando en febrero se sentía como una enfermedad lejana, como un asunto de otros, cuando no nos imaginábamos poner nuestra vida en pausa como ya lo habían hecho otros países. Luego en marzo, con los primeros contagios en el país, aún se sentía como un asunto lejano, que superaríamos en semanas, pero pronto los enfermos fueron conocidos, vecinos y familiares. Además coincido con Defoe, esta es una muy mala época para sentirse enfermo, pues con cada jaqueca es imposible dejar de preguntarse si se trata de un síntoma de contagio.

Otro punto que quisiera mencionar es el asunto del éxodo. Defoe menciona que frente a la amenaza de un rebrote de peste, las personas que habitaban en la City, dentro de las murallas que la protegían, empezaron a migrar a sus casas de campo, pues los lugares más habitados eran evidentemente los más afectados por la enfermedad. Por lo tanto, la ciudad se despobló en una importante cantidad, pero solo pudieron salir de la misma quienes contaban con buenas condiciones económicas. 

El autor a lo largo del relato menciona que las personas más pobres eran las más afectadas. Los sirvientes, por ejemplo, eran los designados para salir a hacer las compras y deberes, por lo que siempre terminaban por contagiarse y contagiar a toda la familia a la que servían. En otras situaciones, al irse los dueños de las casas hacia el campo, los empleados eran en su gran mayoría despedidos y dejados en la ciudad, sin un sustento o un lugar donde resguardarse.

Esto aumentó de forma considerable y repentina el número de muertos, pues estando en la calle el contagio era inevitable. Por otra parte, la pobreza e indigencia aumentó también los índices de criminalidad, por lo tanto, las casas abandonadas eran saqueadas por quienes no tenían sustento y no había ley ni orden que los pudiera controlar. Vemos entonces, del mismo modo en que ocurre ahora, cómo los más afectados son los sectores más vulnerables, y cómo desde sus necesidades insatisfechas se gestan círculos de criminalidad e inseguridad.

Para finalizar, resalto el asunto del aislamiento y la forma en la que era aplicado entonces. Es sorprendente la manera en la que se tomaban precauciones de cara al bien común incurriendo en lo que ahora podría entenderse como injusticias sociales. Pues ocurría que, al reportarse un enfermo, toda su familia debía permanecer encerrada con él durante un periodo de dos semanas, lo que ocasionaba inevitablemente que toda la familia terminara por contagiarse. Las casas de los contagiados eran marcadas con cruces rojas y con la inscripción ‘’Dios se apiade de nosotros’’ y vigiladas todo el día por un guardia que debía asegurar que nadie entrara o saliera del lugar.

Pienso que es incorrecto afirmar que se trató de negligencia o crueldad, puesto que eran solamente modos de mitigar una enfermedad sin cura o tratamiento realmente efectivos.

 Encuentro la lectura de esta obra acertada para comprender las enfermedades que han azotado al mundo en distintas ocasiones y para entender mejor los conceptos de epidemia y pandemia y cómo estos han tenido lugar en la historia. 

Es un relato bien construido que llama la atención del lector mientras lo llena de empatía frente a la situación narrada, escenas como los enfermos lanzándose vivos a la fosas comunes o personas rezando a viva voz por las calles mientras agonizaban de dolor me llenan de impresión pero también me permiten dimensionar el dolor, el miedo y la incertidumbre que pudieron sentir las personas que tuvieron que vivir ese momento de la historia. 


Defoe, D. (1722). Diario del año de la peste. Biblioteca Virtual Universal.
Reseña: Diario del año de la peste. Daniel Defoe.
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