Vivimos tiempos convulsos en los que, poco a poco y tras una pátina de aparente normalidad, hemos ido cubriendo las realidades, las certezas, tras la niebla.

Al principio era difusa, como un pequeño chiste postmoderno que todo lo cuestionaba. Nuestra indiferencia la alimentó y ella se abrió camino. 

Nos impide ver los cielos, obligándonos a pensar que no hay nada más allá, que este restringido campo de visión es a lo máximo a lo que podemos optar. Acercándonos un poco más a la completa oscuridad.

Resulta difícil ser optimista en los tiempos que corren, somos como árboles en un bosque que no se comunican entre sí, que solo buscan crecer más que los demás y que ya no son capaces de reconocer qué hay más allá de la bruma.

Es, por lo tanto, nuestra necesidad y nuestro deber entrelazar las ramas, tejer lianas que nos interrelacionen para que, juntos, encontremos los claros entre la niebla.