Estas fotos son parte de un fotoreportaje que me encargó la red social cultural americalate.com. El original lo pueden encontrar en este enlace.
La sandalia: un calzado para pobres y ricos
Por Martín Díaz Meave, desde Santa Cruz
Dicen que todo en nosotros comunica, incluso nuestra intención de no comunicar. Nuestras palabras, nuestros gestos, nuestra ropa; esa primera capa de lo que significamos “nosotros” ante el mundo dice mucho. Y en el vestir, pocas cosas dicen tanto de la vida del latino como la sandalia. Llámese chinela, chancleta, ojota, abarca o huarache, pobladores del sur de California como de la Patagonia usan mil variedades de uno de los tipos de calzado más antiguos y cómodos del mundo.
Es reflejo de los contrastes: en el altiplano las hacen de goma de neumático, conservando la huella, y en Brasil, las Havaianas alcanzaron tal fama que hasta les pusieron un par de diamantes, para que sirvieran como regalo en la entrega de los Oscares del 2006 y 2007.
Todos los estratos sociales sin excepción usan sandalias. Por eso se puede hablar de una verdadera democracia de la chinela. Obviamente, no es lo mismo comprarlas de una tienda Nike en una flamante caja, que salir del mercado chino con un par de “Nixes” en bolsa plástica. Pero eso es lo que nos distingue a los latinos: a todas las cosas les damos nuestra personalidad propia y particular. Si lo hacemos con el fútbol y la política, que son nuestro pan de cada día, ¿por qué no hacerlo con nuestro calzado más personal?
Otro detalle curioso está en la forma de llamar al calzado en cuestión; según Wikipedia, tenemos algo así como veinte formas distintas de nombrarlo. Casi como países hay en el hemisferio. Mi nombre favorito, pese a la variedad, es chancleta, porque me parece una palabra cómica aún desprendida de su significado. Miren, si solita ya suena como un chiste: chancleta.
Ya sea para aprovechar un día de sol o para ir a la oficina (ojo, sólo en algunos negocios), todos tenemos aunque sea un par de chinelas fieles e irremplazables al pie de la cama. ¿Pueden tener estas mágicas plataformas algún defecto? No lo sabemos, hasta que en las sombras de la noche chocamos nuestro meñique del pie con la pata de la cama y lo dejamos latiendo. Como nuestra América Late.
Se llame como se llame
Según Wikipedia, el calzado a que refiere la nota de Martín Díaz Meave recibe todos estos nombres en América Latina: • Argentina: ojotas (del quechua ushuta) y, menos formalmente, chancletas. En el interior se les suele llamar “chinelas”. • Bolivia: hawaianas, chinelas. • Canarias: cholas, chancletas. • Chile: hawaianas, chalas. • Colombia: chanclas, chancletas o tre’ punta. • Costa Rica: chancletas, sandalias o pantuflas. • El Salvador: yinas, chancletas o sandalias. • España: chancletas o chanclas. • Honduras: chancletas. • México: chanclas, chancletas o sandalias pata de gallo. • Panamá: sandalias. • Paraguay: zapatillas. • Perú: sayonaras, ojotas, playeras o chancletas. • Nicaragua: chinelas, chancletas. • Uruguay: chancletas, chinelas, ojotas, romanitas. • Venezuela: chancletas, cholas, cotizas o sandalias. • Puerto Rico: sandalias, chancletas o mete deos.
En otros idiomas • Australia: thongs o pluggers, y a menudo son referidas como un emblema australiano. • Brasil: Havaianas. • Canadá: flip-flops. • Catalán: xancletes. • Croacia: sandale, pero más usualmente japanke (japonesas). • Estados Unidos: flip-flops. • Filipinas: tsinelas. • Francia: tongs. • Gibraltar: shankas (en inglés). • Hawaii: slippers o slippas. • India: chappals o sawan. • Italia: infradito (‘entre los dedos’). • Jamaica: slippers o sandals. • Japón: beach sandals, gomu zouri (zoris de goma) o sandal. • Malaui: ma slippas o ma pata pata. • Micronesia: zorries. • Nueva Zelanda: jandals (sandalias japonesas), nombre usado por un conocido fabricante. • Pakistán: chappals, qainchey chappals o Hawaiian chappals. • Polonia: japonki (japonesas). • Rusia: vyetnamki (‘vietnamitas’). • Sudáfrica: slops. • Trinidad y Tobago: slippers.
La sandalia: un calzado para pobres y ricos
Por Martín Díaz Meave, desde Santa Cruz
Dicen que todo en nosotros comunica, incluso nuestra intención de no comunicar. Nuestras palabras, nuestros gestos, nuestra ropa; esa primera capa de lo que significamos “nosotros” ante el mundo dice mucho. Y en el vestir, pocas cosas dicen tanto de la vida del latino como la sandalia. Llámese chinela, chancleta, ojota, abarca o huarache, pobladores del sur de California como de la Patagonia usan mil variedades de uno de los tipos de calzado más antiguos y cómodos del mundo.
Es reflejo de los contrastes: en el altiplano las hacen de goma de neumático, conservando la huella, y en Brasil, las Havaianas alcanzaron tal fama que hasta les pusieron un par de diamantes, para que sirvieran como regalo en la entrega de los Oscares del 2006 y 2007.
Todos los estratos sociales sin excepción usan sandalias. Por eso se puede hablar de una verdadera democracia de la chinela. Obviamente, no es lo mismo comprarlas de una tienda Nike en una flamante caja, que salir del mercado chino con un par de “Nixes” en bolsa plástica. Pero eso es lo que nos distingue a los latinos: a todas las cosas les damos nuestra personalidad propia y particular. Si lo hacemos con el fútbol y la política, que son nuestro pan de cada día, ¿por qué no hacerlo con nuestro calzado más personal?
Otro detalle curioso está en la forma de llamar al calzado en cuestión; según Wikipedia, tenemos algo así como veinte formas distintas de nombrarlo. Casi como países hay en el hemisferio. Mi nombre favorito, pese a la variedad, es chancleta, porque me parece una palabra cómica aún desprendida de su significado. Miren, si solita ya suena como un chiste: chancleta.
Ya sea para aprovechar un día de sol o para ir a la oficina (ojo, sólo en algunos negocios), todos tenemos aunque sea un par de chinelas fieles e irremplazables al pie de la cama. ¿Pueden tener estas mágicas plataformas algún defecto? No lo sabemos, hasta que en las sombras de la noche chocamos nuestro meñique del pie con la pata de la cama y lo dejamos latiendo. Como nuestra América Late.
Se llame como se llame
Según Wikipedia, el calzado a que refiere la nota de Martín Díaz Meave recibe todos estos nombres en América Latina: • Argentina: ojotas (del quechua ushuta) y, menos formalmente, chancletas. En el interior se les suele llamar “chinelas”. • Bolivia: hawaianas, chinelas. • Canarias: cholas, chancletas. • Chile: hawaianas, chalas. • Colombia: chanclas, chancletas o tre’ punta. • Costa Rica: chancletas, sandalias o pantuflas. • El Salvador: yinas, chancletas o sandalias. • España: chancletas o chanclas. • Honduras: chancletas. • México: chanclas, chancletas o sandalias pata de gallo. • Panamá: sandalias. • Paraguay: zapatillas. • Perú: sayonaras, ojotas, playeras o chancletas. • Nicaragua: chinelas, chancletas. • Uruguay: chancletas, chinelas, ojotas, romanitas. • Venezuela: chancletas, cholas, cotizas o sandalias. • Puerto Rico: sandalias, chancletas o mete deos.
En otros idiomas • Australia: thongs o pluggers, y a menudo son referidas como un emblema australiano. • Brasil: Havaianas. • Canadá: flip-flops. • Catalán: xancletes. • Croacia: sandale, pero más usualmente japanke (japonesas). • Estados Unidos: flip-flops. • Filipinas: tsinelas. • Francia: tongs. • Gibraltar: shankas (en inglés). • Hawaii: slippers o slippas. • India: chappals o sawan. • Italia: infradito (‘entre los dedos’). • Jamaica: slippers o sandals. • Japón: beach sandals, gomu zouri (zoris de goma) o sandal. • Malaui: ma slippas o ma pata pata. • Micronesia: zorries. • Nueva Zelanda: jandals (sandalias japonesas), nombre usado por un conocido fabricante. • Pakistán: chappals, qainchey chappals o Hawaiian chappals. • Polonia: japonki (japonesas). • Rusia: vyetnamki (‘vietnamitas’). • Sudáfrica: slops. • Trinidad y Tobago: slippers.
