Título: Silencios.
Técnica: Acuarela sobre papel. 
Año: 2020
 
El proyecto surge de la experiencia y observación de algunos de los más elocuentes silencios existentes en muy diversas situaciones, tanto del ámbito espiritual, interior, como de fuera, donde son callados tantos gritos de auxilio y son evitadas tantas palabras que justa y oportunamente habrían de ser pronunciadas. 
En primera instancia está el silencio causado por el egoísmo que, incapaz de ver más allá de sí mismo, nada tiene para dar, nada por aportar. Es el silencio de quien ensordecido por su propio ruido interno y enceguecido por la contemplación de su estrecha realidad, jamás pronuncia una palabra como don, sino como dardo o como alabanza a sí mismo.
Otro silencio, profundísimo y de infinita elocuencia, es aquel del cual nos habla San Juan de la Cruz cuando escribe: “Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma”; silencio que llena de preguntas y colma de desconcierto a aquel que contempla un Dios que parece resistirse a hacerse presente  y que sólo puede ser comprendido y hallado en el profundo silencio de “la música callada/ la soledad sonora/ la cena que recrea y enamora” (CB 15), y que es la cuna misma de la contemplación.  Así la obra es también invitación a adentrarse en el silencio, que lejos de ser un ejercicio de riguroso ascetismo, se convierte en un proceso pasivo, donde hay que quitarse de en medio para escuchar el “canto de la dulce filomena” (CB 39) en el centro mismo del silencio.
Si bien vivir el pasivo silencio de la contemplación es haber llegado a sus mismas cumbres, esto no significa inactividad o una vivencia abstracta que deje por fuera las realidades concretas del mundo, de allí que el tercer silencio al cual la obra hace alusión es al silencio de quien no cuenta con posibilidad alguna de alzar su voz, del vulnerable que precisa de un grito ajeno para hacerse escuchar, y que aún así, es invisibilizado por una sociedad que sumergida en el ruido es incapaz de escuchar una palabra nacida del silencio.
Estos silencios, entre muchos otros, se relacionan, se entretejen, se encuentran y se hace senda por la cual recorrer, con el oído abierto, puesto que el silencio no se escapa a la escucha, antes bien, es indispensable para que ésta sea más y más profunda.
 
El silencio culpable de quien ignora cuanto cree que no le concierne,
el silencio de quien no posee defensa alguna para sobrevivir, 
y el de una palabra pronunciada en un silencio perenne.
 
 
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