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¨El 26 del mes de mayo¨.


Valledupar, 26 de mayo del 2019. Hoy, por cuestiones de trabajo y sin planearlo, amanezco en la capital mundial del vallenato. Despierto muy temprano a pesar del cansancio del día anterior y curiosamente escucho pequeñas explosiones a lo lejos del hotel donde me encuentro. Me asomo a la ventana del octavo piso y todo transcurre con una calma extraña en donde el amanecer que me deslumbra no me da razón de los estruendos. Al mirar la hora en mi celular me doy cuenta de la fecha y esta llama mi atención pocos minutos después porque viene a mi mente una canción que he escuchado muchas veces en mi vida “el 26 del mes de mayo, nació un niñito en el año 57”. Claro, el cumpleaños de Diomedes Díaz. 


Siempre había escuchado que en esta tierra se honra la vida de los ídolos, aunque ya no estén, y este caso no es la excepción. Desde el 22 de diciembre del 2013, día triste cuando expiró el cantor campesino, no ha habido un 26 de mayo en donde el parque cementerio jardines del Ecce-Homo no pierda su silencio sepulcral, pues los familiares y seguidores del cacique de la junta siempre hacen presencia para recordarlo.

Vuelvo a mirar mi celular y reviso cuánto tiempo tengo, pues en pocas horas debo abordar un avión de regreso a Bogotá, y sin pensarlo dos veces salgo del hotel siendo las 7 de la mañana a ver qué me cuenta la tierra del vallenato sobre esta curiosa celebración. Después de varios minutos logro conseguir un taxi, me subo rápidamente y enseguida el radio me afirma que esta celebración es total; se escuchan sus canciones y el locutor se emociona entre ellas deseándole un feliz cumpleaños al difunto. Le digo al taxista que debo ir al cementerio a ver la tumba de Diomedes Díaz y conocer cómo su fanaticada celebra su cumpleaños. Con una pequeña sonrisa Jimmy me brinda su complicidad en la tarea y me cuenta de varias paradas que debemos hacer para poder ver con mis propios ojos tal acontecimiento.

A pocos minutos llegamos al cementerio, pero este se encuentra cerrado, tendría que esperar aproximadamente una hora más para poder entrar. Jimmy confiado y decidido me invita a seguir con sus paradas recomendadas. La primera: la glorieta de los juglares en donde se encuentra la famosa estatua de Diomedes, sentado y con los brazos abiertos a la espera de sus seguidores para la foto.


Luego, pasamos por la casa de la mamá de Diomedes, Elvira Maestre; en la puerta hay otro monumento homenajeando al artista y uno de sus sus hermanos sentado en la entrada, conversa con un periodista que le pregunta sobre la vida de su hermano. Allí entro y encuentro una pequeña tienda de regalos con fotos y recuerdos que día a día son apreciados por seguidores nacionales e internacionales que llegan a la casa de “Mamá Vila” curiosos por saber algo más del controvertido artista.


Por último y tras mi insistencia, Jimmy me lleva de nuevo al cementerio que por suerte esta vez ya se encuentra abierto. Cuando entro enseguida me doy cuenta de que no es ni un lugar ni un día normal para ir, aunque sea domingo. Los grupos de gente y las vallas de la policía me hacen pensar que estoy entrando a un concierto; pero no, esta zona custodiada es la tumba 1108, lugar donde reposa el famoso difunto. Ya de cerca llama mi atención un carro con el baúl abierto que deja salir las notas que desde 1976, cuando salió el primer trabajo discográfico de Diomedes, no han dejado de sonar en Valledupar. La gente con gorras y camisetas hace fila para poder entrar al área custodiada por la policía y lograr una fotografía con una tumba adornada por docenas de flores y una fotografía del cacique en su mejor momento.


Cuando creo que ya lo vi todo y es momento de irme veo a una señora de unos 60 años o tal vez un poco más con una foto en la mano, me acerco y su sonrisa me brinda una conversación con una seguidora fiel que me cuenta historias de su vida relacionadas con el protagonista de la foto que no suelta de su mano. Después de unos minutos hablando y permitirme tomarle una foto, Flor se queda mirando mi cámara y me dice que quisiera enviarle un mensaje a Diomedes, dándole un cierre perfecto a mi fugaz visita; “Diomedes, si supieras la falta que nos haces, Diomedes, soy una de las admiradoras tuyas del barrio del Carmen, Flor Nieto Hernández, te quiero, te extraño, todos los días es como más grande el dolor que sentimos por tu despedida, gracias por tu música, gracias por ese modo de ser hermoso, tan servicial, tan humilde, cuando llegabas al barrio del Carmen, llegó Diomedes, era como si llegara algo así un refresco a nuestra vida, a nuestro modo de ser, gracias, Diomedes, que Dios te tenga en el reino de los cielos, gracias”.


Más allá de polémicas, quiero concentrarme en el talento. El cantor campesino surgió de las entrañas de la Junta en La Guajira, en donde las oportunidades son pocas pero aun así componer y cantar vallenato es un camino para muchos. Las historias costumbristas, de un diario vivir macondiano lleno de mitos, leyendas, amor, desamor y parrandas de esta región del país sobreviven al tiempo gracias a esta música. La poesía vallenata y la personificación de las letras creo que en parte, además del inmenso talento, fueron el éxito de este artista. Muchos se identifican con su historia, con sus cuentos y quisieran cantar y vivir como él lo hizo.

Mirando la ventana y pensando en lo que acabo de ver pienso que, aunque fue una visión fugaz de la celebración, todas esas camisetas y gorras, la pólvora, la música y el ambiente festivo, me reflejan la fiesta que permanecerá este y muchos años más los 26 de mayo, la paradójica fiesta a la vida en el lugar donde esta llega a su fin.

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