Todo fue difícil en mi vida desde el inicio. Me tuvieron que ayudar a nacer. Mi mamá puso cinco huevos como el mío. Mis hermanos rompieron el cascaron sin problema, con una fuerza que a mí nunca me fue concedida.
Todas las mañanas el señor de la granja venía a alimentarnos, todos corríamos a su encuentro pero yo nunca llegaba primero. Mis hermanos eran más grandes y más fuertes, con un solo empujón me tiraban al piso. Luego de unas semanas estaba tan flaco que no podía levantarme.
Nuestro padre, con su plumaje negro brillante, cacareaba todas las mañanas al salir el sol en lo alto del corral, desde allí nos controlaba el solo mirarlo me daba miedo.
Mi madre, la gallina, sabía que no tenía esperanzas conmigo, y no hacía mucho esfuerzo para que pudiera comer primero. Su prioridad eran mis hermanos, tan bellos con sus plumas amarillas, fuertes como el sol, eran todo para ella.
ESE LUGAR DONDE NO VAN LOS DÉBILES
Tan débil estaba, que el señor de la granja comenzó a alimentarme dándome maíz de su mano. Yo lo aceptaba desesperado, estaba muerto de hambre. Mi plumaje no brillaba, pero comencé a recuperar fuerzas para poder incorporarme y al menos cacarear levemente. Mis hermanos me miraban de reojo. Habían crecido, se los veía enormes al lado mío. Sus crestas rojas en alto eran tan intimidantes para mí como nuestro padre el gallo.
El tiempo pasó y ellos crecieron, yo seguía siendo el más flaco y débil del corral. Nunca competía por territorio ni alimento, por miedo a que me lastimaran. Me acurrucaba entre mis plumas adonde podía, normalmente en una esquina alejada del gallinero.
Un día después de varias semanas, el señor de la granja llego y entró al corral. Nos miró fijamente, uno por uno. A mí me dio maíz de su mano, como siempre hacía, y luego me apartó del grupo.
Mis hermanos tenían sus crestas altas y sus pechos gordos hinchados. El seleccionó a uno de ellos y se lo llevó diciendo unas palabras que no entendí.
Nunca volvimos a ver a mi hermano. Así paso el tiempo, mucho tiempo. El señor de la granja se los fue llevando uno a uno. Hasta mi padre, el gallo, fue reemplazado por otro gallo joven, que cacareaba mucho más fuerte en las mañanas.
Ahora solo quedamos mi madre y yo en el corral. Hace poco supe que va a poner más huevos y que voy a tener hermanitos, que van a ser más pequeños que yo. Estoy muy feliz!
CUÉNTAME EL CUENTO DE LA GALLINA OTRA VEZ
Sigo siendo el más flaco de los pollos del corral, y ahora sé que el señor de la granja nunca me va a llevar a mí, a ese lugar donde no van los débiles. Pero disfruto cada momento. El viento entre mis plumas, aunque no brillen como el sol. Las mañanas cálidas y el acurrucarme junto a mi mamá en las noches cuando hace frío. El ser el más débil de los pollitos del corral, no es tan malo como parece, todo depende desde donde lo mires.
Es tarde ya, el sol se está ocultando y mi mamá está encubando a mis hermanitos. Es hora de ir a descansar.
¿Qué más puedo pedir?
Quizás, que me cuenten el cuento de la gallina otra vez.