Una tradición heredada del conocimiento de los aborígenes, representaban la ayuda comunal que recibía una familia o una persona perteneciente a una comunidad campesina, las labores del campo eran los objetivos a cumplir y aunque se hacía de forma desinteresada era una dinámica que buscaba la  reciprocidad ya que se realizaba con el objetivo de lograr un bien colectivo con fines de utilidad social. Esto permite reflexionar  sobre  lo sofisticado y noble que era la vida en la montaña, la minga fue una de las más grandes celebraciones que tenía la cultura campesina en tiempos pasados; hoy en día solo quedan vestigios de aquellas tradiciones, la desintegración cultural que sufre el campesino no permite la conservación de muchas tradiciones y costumbres propias de su cultura.

La propuesta plástica de Felipe Rosero centra una mirada contemplativa y a la vez reflexiva sobre lo que fue en algún momento una de las muestras culturales más nobles del campesino y que hoy se deteriora como si fueran las paredes de una casa de bahareque abandonada, no obstante sobre esta analogía, él desarrolla una metáfora en la cual  le atribuye a estos fragmentos de bahareque un valor de preciosidad, pero que a su vez juegan un papel protagónico en la composición de aquellos paisajes que evocan a los campesinos trabajando en una minga.
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