Ni una menos
 
Por Hombre quiero decir ambos hombre y mujer: estas son las dos mitades de una idea. No hago especial énfasis en el bienestar de ninguno. Creo que el desarrollo de uno no puede ser efectuado sin el del otro. Mi más alto deseo es que esa verdad sea distinta y racionalmente aprehensible, y que las condiciones de la vida y la libertad sean reconocidas como las mismas para las hijas e hijos del tiempo, exponentes gemelos de una idea divina.
Margaret Fuller
 
En la marcha Niunamenos, un solo pedido fue expresado a lo largo del país por una enorme cantidad de voces. Aunque el pedido era único, resonaban en él aspectos confusos, raros. ¿Contra quién se expresaba esa voz plural? ¿Contra los femicidios?¿Contra la violencia femenina?¿Contra el patriarcado?
 
En este último tiempo, la prensa dio a conocer reiterados casos de mujeres asesinadas o golpeadas. Chiara, una pobre chica embarazada matada por su pareja, fue la víctima decisiva que gestó esta marcha amplísima que congregó en las diversas plazas argentinas a gente con ideologías en unos casos parecidas y en otros no. Todos ellos se pusieron de acuerdo en que la sociedad no podía tolerar más femicidios ni mujeres golpeadas y abusadas. Esto ocurrió por diversas razones que revelan distinto grado de compromiso: desde mujeres que habían sido o todavía eran golpeadas y necesitaron manifestarse hasta aquellos que vieron la marcha por internet o se hicieron eco de algún famoso que adscribía a ella. Si bien las banderas enarboladas en contra del femicidio y el maltrato a la mujer son en cierta medida ahondar en lo obvio, nadie puede negar que lo obvio tiene su vigor y que de tanto en tanto lo olvidamos. Digo esto porque los medios y la sociedad muchas veces hacen hincapié en las cualidades de la víctima para convertirse en víctima y no en la responsabilidad del atacante que tiene la elección de cometer o no cometer un delito y, aún así, lo comete. También, porque hay a disposición de las víctimas muchos recursos –líneas telefónicas, formas de prevención, campañas de concientización, etc.- que gracias a la marcha se difundieron y se habilitaron como herramientas de defensa y protección. No podemos permitir que la libertad individual sea cuartada, pero tampoco podemos ser ingenuos y pensar que esta libertad, si bien inalienable, a efectos prácticos supone un ejercicio de consciencia y hasta una lucha.
 
La violencia contra las mujeres es real. Sin embargo, tampoco es la única en su género, por lo que no podemos dejar de ver en aquella tan solo el pico de un iceberg. ¿Por qué se produce esta violencia? ¿Qué la origina o la avala? Esas preguntas son las que debemos hacernos. Las feministas, entre otros, se encargaron de dilucidar los sistemas de opresión que mantenían restringidas a las mujeres. Fue haciendo esto que desentrañaron mucho más. Por esto mismo, el feminismo, a mi criterio una forma de humanismo, no corresponde ya a las mujeres sino a todos los individuos. La violencia que la sociedad ejercía sobre los cuerpos reales y simbólicos femeninos –que una mujer no pudiera usar pantalones o que tuviera que aprender a coser y bordar, o que no pudiera trabajar o ir a la universidad o votar- también era igualmente ejercida sobre los masculinos –que un hombre se vistiera de determinada manera, que no llorara, que fuera fuerte o que jugara a algún deporte-. Todo esto, creámoslo o no, sigue sucediendo.
 
El capitalismo profundizó las relaciones humanas asimétricas. Si las cosas se poseen, ¿por qué no las mujeres? Basta concebirlas como cosas. Falsamente algunos hombres creyeron que podían disponer de las mujeres y, más terrible aún, algunas mujeres creyeron que podían ser dispuestas por los hombres. ¿Quién les inculcó a los hombres esa estupidez? ¡Cultívense! ¿Quién les enseñó a esas mujeres esa insoportable sumisión? ¡Libérense y asuman la posición de autosuficiencia que les es natural!
 
La situación, no obstante, no puede quedar diagnosticada y cerrada de manera tan facil y unilateral. Hay mujeres que abusan de hombres y, si de discriminación y abuso se trata en base al sexo o al género, tanto gays, lesbianas o transexuales pueden dar testimonio de ello. El origen de estas divisiones y marginalizaciones es el mismo. La ortopedia cultural a la que estamos sometidos es muy anterior al capitalismo. Identificamos –el cuándo no puedo precisarlo- a lo masculino –no al varón- con lo fuerte y a lo femenino –no a la mujer- con lo débil. Aun si los términos que llenan la oposición masculino-fuerte/femenino-débil cambian, la dialéctica del sistema permanece idéntica. Se dividió a los individuos entre oprimidos y opresores, sin que nadie advirtiera que los amos son esclavos y los esclavos, amos. Es este el traspiés en el que incurre la humanidad desde la aurora de los tiempos: criar a fuertes y a débiles, o peor aún, hacerlo bajo la creencia de que los débiles deben ser sojuzgados por los fuertes.
 
Es el control sexista sobre los individuos lo que nos debería preocupar. Éste control que aceptamos sin darnos cuenta nos inculca que una mujer que juega al fútbol es “machona“ y que un hombre que baila ballet es seguramente homosexual; que una mujer vestida con pollera muy corta debe estar provocando y que una mujer vestida demasiado tapada es una frígida ; que los hombres que no trabajan y se quedan en el hogar son mantenidos o que las mujeres que no trabajan y se quedan en el hogar son anticuadas y tiran su futuro por la borda. La cantidad de presupuestos y obligaciones simbólicas y reales a las que nos someten es enorme. No es menos cierto que parte de este control es el que obliga el pacto social y es necesario para vivir en sociedad. En todo caso, todo Hombre debe cuestionar las reglas: probar su validez, abandonarlas cuando lo constriñan, apoyarlas si son en provecho de todos. Cada uno deberá defender su libertad (con esta carga nacen los Hombres), pero antes que nada deberíamos enseñarles a los Hombres a respetarse los unos a los otros en lugar de atacar.
 
La marcha en todo lo que tuvo de ardorosa y de romántica fue espectacular. Esto no debe cegarnos a los verdaderos conflictos que se juegan en un campo de batalla sin nombre. Escuché, y el grotesco no me sorprende, que hubo mujeres golpeadas que fueron a la marcha con sus golpeadores. Una marcha no cambia mucho, tan solo un poco. Invoqué el nombre de Margaret Fuller, feminista olvidada, porque ella, sin imaginar el uso que hoy le daría a sus palabras, dijo con absoluta sencillez lo que hoy todavía no hemos llegado a poner en práctica: que cada hombre y cada mujer viva pacíficamente según lo que dicte su naturaleza o su voluntad.
 
Imágenes
 
En cuanto a las imágenes, se da, lamentablemente, una extraña paradoja. Por un accidente tonto con el pendrive, perdí todas las imágenes de la marcha. En mi computadora, todas las imágenes habían quedado guardadas en previsualizaciones de Lightroom, el programa que estaba usando para editarlas. Por ende, pude recuperar las imágenes solo gracias a otras imágenes. Ausentes los archivos, lo que me quedaba en el Lightroom eran sombras, fantasmas. Tal como dijo Barthes en su libro La cámara lúcida, que la fotografía nos daba la maravilla de lo que estuvo ahí y ya no está más, ahora yo tuve la misma experiencia pero con las imágenes mismas. Incluso tan cerca gracias al Lightroom, apenas las arañaba porque se me escapaban de los dedos como el agua. Soy únicamente dueño de un registro efímero de todas ellas, arrebatadas de mí, existentes ahora gracias a formas vicarias. 
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Ni una menos. Para pensar la violencia en torno a la mujer.

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