Me identificaba con las plantas de sus pies porque abrían de tocar las tierras mías, las mismas las que nos interceptan y nos intercalan como aguas serenas y revueltas, como arenas flojas que caen de las estrellas y se pegan en los hoyos de las rocas, una escarcha que solo brilla de noche abrigada en los llantos de los pájaros y el lamisqueo de los peces.
Comentábamos que solo allí permanecerían y que la hoguera cuando encendiera brillaría tanto que nos quemaría las sienes, y las pupilas.
¿Entonces que veríamos?. ¿Cuántas estrellas habitan en el interior de una hoguera?, ¿Cuán profundas nos harían las tormentas del corazón?, 
cuantas partículas susurrarían y nos corretearían fugaces... Tan rápidas. Derraparían sobre el suelo y nos golpearían la entraña. Entonces cuando el corazón se enciende ya nadie puede apagarle...
Agua revuelta
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