¿Cómo sería vivir en un mundo donde todo se rompe? Un mundo donde la vida útil de las cosas es extremadamente limitada. Tal vez, sería irreal esperar de un celular que no envejezca con la evolución tecnológica, una batería no se desgasta con cada uso, un corazón que no muere en cada latido.
Pero ¿qué permanece  en el paraíso de lo descartable?
China es el epicentro del universo de los objetos, allí reinan las cosas de tiempo limitado y brota el plástico desde los meandros del cemento. El paisaje goza de la diversidad de las mercancías más vulnerables del mercado, aquellas que nacen con una vida a contrarreloj. Todo se consigue en un clic. El reciclaje, lo duradero dejan  de tener sentido porque la copia es reemplazable y nada en sí mismo vale demasiado la pena. 
De China me interesa su contra-estética, su arquitectura tradicional conservada en durlock. Su exuberancia bizarra: remeras de gatitos que sepultan las ambiciones europeizantes de un arte fashion, único y vanguardista. Como si la precariedad de las objetos y de la vida, la producción en réplica hacia el infinito y el desinterés en la esencia y la permanencia conformarán el fin de cualquier pretensión.
Sin embargo, el mercado de la carne y la evaluación de su frescura persisten como prueba de calidad.  La tortura animal en la senda peatonal: la paradójica pretensión en la exhibición de muerte, aquello que no se espera de la vida, pero que se espera de la carne y sus productos.
La explosión de la ternura, la estética Cute o el mundo Kawaii: ¿Será un imperativo de felicidad en un escena continuamente espionada por cámaras, o la nostalgia de un estadio de la infancia en el que el mundo supo estar animado? Un momento de nuestra evolución en que la materia y las cosas eran juguetes de interpelación.
La paranoia de la vigilancia y el coqueteo a la vulnerabilidad. La idea de que todos tenemos una porción de hello Kitty dentro nuestro. La hibridación de la tecnología, lo humano y el plástico. Un maniquí cyborg que concentra la ancestralidad del conocimiento milenario. La crueldad burocratizada, la ejecución del trabajo como mantra robótico y el hiperestimulo de su cárteles, de sus luces neones. La calidez de sus acordes cromáticos y la presencia absoluta del rojo.

Postales desde la fábrica rotuladora del mundo.
Made in China. 

 humo de fábrica condensado con el vapor del eterno verano de Guangzhou. Aquí el calor domina sobre el ciclo estacional. El tiempo se separa por colecciones de ropa, y estas florecen por el sudor de las máquinas textiles.
Made in China
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