Cuentos Cortos por Santiago Jiménez
... de falda
La puerta, la noche, la avenida, un trago, el beso, los saberes de una dama y el llavero de plata que no descansaba llaves son los recuerdos de anoche al despertar.
De madera, opaca, pesada, rechinante, vieja y agrietada (…) me alejaba de ella, dejándola atrás sabiendo lo que hacía, sabiendo que no debía. Cabizbajo vi en un charco el reflejo de la luna, a la que me negué a mirar pues el peso de memorias harían de lo a vivir un poco más indigno. Seguí caminando. Me desenvolví de ese momento de pensamientos y me hallé pisando asfalto que hacía horas carros no habían pisado, sin prisa, levanté la mirada y justó ahí, parada en el andén estaba ella, de falda, expectante y sus labios de rojo fuerte.
Me vio, sonrió, me abrazó y jalándome de la mano se apresuró a llevarme a un lugar que ella conocía. Entramos, me senté, lo pedí doble y por última vez en la noche la miré a los ojos. Me acerqué a ella, la vi cerrar los ojos y me estremecí mientras sus labios tocaban los míos. Hablamos poco en realidad, estuvimos sólo un rato ahí.
No me fijé a dónde me llevó después, no lo recuerdo bien hasta que estuve sentado en la esquina de una cama esperando a que saliera del baño.
Si algo bien recuerdo fue mi sorpresa al verla, inolvidable. Aturdido de deseo me dejé llevar por la lujuria. Pasaron las horas. Después de un cigarrillo me quedé dormido…
Antes de abrir los ojos sabía que ella no seguía ahí, lo siguiente que vi fue la ausencia de mis llaves sobre la mesa de noche.
Por qué ya no tomo vino
Supe que te enteraste de que ya no tomo vino. De que lo dejé. Pero déjame explicarte, no ha de entristecerte, no creas que intento olvidar. Nada ingratos son mis recuerdos al lado tuyo y del vino. Mucho menos ha dejado de gustarme. Pero tú si tienes algo que ver con todo esto. 
Según estuve averiguando, intentando entender, cuando se pierde algo querido el cuerpo de las personas puede llegar a sufrir algunos cambios ligeros, apenas perceptibles, como la aparición de algunas canas, un lunar o cosas así. Sin embargo, hay ocasiones, casos extraños, en que dichas reacciones pueden ser más escandalosas como te darás cuenta.
Todo comenzó unos días después de verte por última vez. Una tarde, ya en Bogotá, de manera casi automática, tras un largo y frío día, abrí una botella de vino (...) nada habría sido mejor para descansar el ánimo. Mientras la dejaba reposar un poco fui a sacar una de esas copas grandes que me regalaste. Tuve una extraña sensación mientras lo servía pero poca atención le puse. Justo después de la segunda copa comencé a notar como se dibujaba, lentamente y de color rojo oscuro tu nombre sobre las yemas de mis dedos. Al principio, y porque siempre me ha gustado tu nombre, no me sorprendió. Me comencé a preocupar cuando, como hormigas, tu nombre comenzó a multiplicarse y a deslizarse a lo largo de mis dedos. Al cabo de un rato tenía las manos completamente pintadas y tu nombre se repetía más de mil veces sobre mi piel. Por suerte la botella se acabó y la invasión sólo sobrepasó los codos. Los siguientes dos días no pude salir de mi casa. Al tercer día en la mañana mis extremidades al fin tenían su color habitual. Desde entonces no tomo vino con nadie como te podrás imaginar. Aunque debo confesar que de vez en cuando, en esas noches tristes, abro una botella y por un par de días es lindo tenerte en mis brazos.
Portavasos
En casa tengo un portavasos muy raro, y no es que no parezca un sujetalibros, sólo que a decir verdad sus servicios prestados le han definido esta vez y no su intensión primera. Esto es importante porque el portavasos de que hablo me lo dio ella. Y es que entre nosotros todo fue así. Yo siempre fui un sujetalibros que se pasaba los días siendo un portavasos.
Cuando el huevo se abrió
El día era hermoso. El nacimiento, sin ser metódico, transcurrió como si cada movimiento hubiera sido planeado para conmover al observador. No hubo extravagancias. Todo fue sutil. Rápido, aunque mientras duró no pareció así de rápido. El pasto se movió apenas para crecer un centímetro o dos. Todo cuanto había por allí floreció. Todo embellecía. A las jirafas les salieron nuevas manchas. Los colmillos de los elefantes crecieron varias pulgadas y se enroscaron un poco. Las orugas cambiaban a mariposa de repente, si me descuido un segundo, me pierdo las crisálidas. Creo haberme puesto más bello yo también. Los árboles crecían ramas y se hacían más altos. Los girasoles ya no seguían al sol. Todo lo que tenía ojos miraba hacia allí. Y justo en ese momento el huevo se abrió. 
Siendo una mosca
A veces pasa que se mira desde arriba un vaso, moviendo las alas, viendo tantas cosas, tocando tantas otras, volando, siendo una mosca. Luego algo, un olor dulce, seductor, inevitable, con un toque de pasión, de odio y vino llama desde el vaso. Insinuándose, cautiva a la que sobrevuela, que ingenua y distraída se acerca, se para en el borde sobre sus paticas, lo rodea, lo hace varias veces, lo abraza, se encanta, se deja llevar, cae lentamente en un trance voluntario y desinhibido, y cede, y baja acariciando las paredes traslucidas, en espiral, como si no fuera ya suficientemente malo. Todo sucede sin interrupciones, se presiente la agonía y, sin embargo, se anhela el fondo. Se sabe en lo más profundo del corazón que no hay regreso, que nunca más se va volver a volar.
Cuentos Cortos
Published:

Cuentos Cortos

Cuentos cortos al azar

Published:

Creative Fields