"Encontré un castillo luminoso en una planta de maíz caminando por los campos de Santa Elena. Entré volando para reencontrarme con mi mascota de la infancia; gaia. Un puerco con patas de vaca, trompa de ornitorrinco, orejas de conejo, ojos de fisgón y alas de murciélago. Recuerdo que lloré mucho cuando lo volví a ver. Lo abracé tan profundo que sentía cómo éramos un solo cuerpo energético vibrando en el amor de Dios. 

Me dijo: "Súbete rápido que tengo que mostrarte algo". Subí a su espalda lo más rápido que pude y empezamos a flotar sobre una ciudad, creo que eso era, porque el verde se había desaparecido y el gris tomó cada rincón. 

Gaia,  me contaba que cuando volviera a mi realidad, de daría cuenta que esa iba ser nuestra próxima realidad. 

El amor estaba prohibido, porque cualquier acto de sentir, estaba condenado a sentencia de muerte. Gaia, con lágrimas en sus ojos grandes de fisgón, me contaba que aquellos punticos que veía abajo, eran personas, de esas que se creían extintas para la época por no haberse puesto el chip que el hombre oscuro dijo que se tenían que poner toda la humanidad para prevenir enfermedades, dolor, rabia y para realizar sus operaciones bancarias más rápido.

Estaban condenadas a ser fieles devotos de templos oscuros donde se prohíbe sentir, y en cárceles de 2x2, de esas parecidas a las oficinas de tu realidad -me decía Gaia- donde está prohibido pensar. 

También me contó que la vida natural se había extinguido, y suplicándome, me pedía que no permitiera que esto fuera a pasar en mir realidad.

Sentí ganas de tirarme de su espalda a ese profundo vacío,

para no volver a despertar nunca más,

para no volver a soñar nunca más."

...

Me preguntan de dónde vienen mis sueños, y tal vez no tenga una respuesta que filosóficamente sea muy interesante.

Tal vez mis sueños vengan de mis pies,

o de mis ojos.

Tal vez provengan de un profundo agujero de mi consciencia que ha ido recopilando día tras día, hora tras hora, minuto tras minuto, segundo tras segundo; todas y cada una de mis experiencias significativas. 

Ahora,

puedo soñar.

Sueño porque creí, y aún lucho por mantener la fe en que el día de mañana podré seguir creyendo.

"Pronto la oscuridad nos va a deslumbrar"

lo escucho en una canción de mi amigo invisible. 

Temo al mañana, porque no puedo dejar de imaginar un futuro que sea menos distópico que lo que anuncian las películas que me gusta ver mientras me fumo un tabaquito.

Rezo al silencio, al grito, al viento y a la mar,

para que mis súplicas viajen hasta los confines del planeta y exploten como luz creadora en las consciencias de las personas que aún duermen; que aún sueñan.

Y sigo soñando, porque esta realidad me agobia.

No puedo respirar,

No quiero mirar.

No quiero vivir en un mundo en donde deba volar sobre Gaia.

Quiero morir en el vientre de Gaia.

Despierto, y me doy cuenta, que aún sigo soñando.

Aún seguimos soñando.